El Banco Mundial ha publicado nuevamente sus proyecciones de crecimiento. Es importante recordar que en 2021 este organismo pronosticó un crecimiento del 1,9%, sin embargo la realidad fue un crecimiento del 6,1%. En 2022, su pronóstico fue de un crecimiento del 2,2%, pero experimentamos un crecimiento del 3,5%.
En 2023, previeron un crecimiento del 1,9%, pero alcanzamos un crecimiento del 3%. La pregunta que surge es qué está fallando en las proyecciones del Banco Mundial: ¿es su metodología o es su incapacidad para comprender un modelo económico innovador basado en el mercado interno como motor del crecimiento, que busca generar bienestar en la población sin recurrir a transferencias de deuda pública a las poblaciones vulnerables? Este modelo se caracteriza por mantener bajas tasas de inflación y niveles reducidos de desempleo.
Según el informe publicado, el Banco Mundial estima que el PIB regional se expandirá un 1,6% en 2024, con proyecciones de crecimiento del 2,7% y 2,6% para 2025 y 2026, respectivamente. Estas tasas son las más bajas en comparación con otras regiones del mundo y resultan insuficientes para fomentar la prosperidad. Muchos hogares enfrentan presiones debido a la reducción de las transferencias sociales y a la falta de recuperación salarial respecto a los niveles prepandemia, mientras que el costo de los alimentos continúa aumentando, llegando al 68%.
El bajo crecimiento sostenido no es solo una estadística económica, sino una barrera para el desarrollo. Esto se traduce en servicios públicos limitados, menos oportunidades laborales, salarios bajos y un aumento en la pobreza y la desigualdad. Cuando las economías se estancan, el potencial de la población se ve restringido. Es necesario actuar con determinación para romper este ciclo y ayudar a América Latina y el Caribe a avanzar.
Estas preocupaciones del Banco Mundial son aplicables a todas las economías de la región, que enfrentan altas inflaciones y crecimientos reducidos. Sin embargo, en el caso boliviano, el cierre del trimestre muestra una inflación del 0,74%, una de las más bajas de la región, un desempleo que está el 3,6% y un crecimiento en 2023 del 3%. Lo destacable de estos indicadores son las políticas económicas implementadas por el Gobierno para mantener la estabilidad y la sostenibilidad de los precios, protegiendo el poder adquisitivo de los ciudadanos.
El Estado ha fomentado el crecimiento del sector productivo mediante incentivos crediticios, lo que impulsa el crecimiento de las empresas y, por ende, el del país. Entre estas políticas se incluyen la sustitución de importaciones, la industrialización y la inversión pública en infraestructura, que posicionan a Bolivia para crecer más allá de las proyecciones de los organismos internacionales. Estas acciones demuestran un enfoque diferenciado y una voluntad de no seguir recetas y modelos económicos importados, sino adaptarlos a las necesidades y realidades locales.
Los países de la región sufren de diversos factores detrás de sus cifras económicas, incluyendo bajos niveles de inversión y consumo interno, altas tasas de interés, elevados déficits fiscales y la caída de los precios de las materias primas y un incremento en el precio de los alimentos que llega al 68%. Además, la incertidumbre en las perspectivas de importantes socios comerciales como Estados Unidos, China, Europa y otros países del G7 agrava la situación. Un escenario global adverso, marcado por tensiones geopolíticas, interrupciones en el transporte a través del Canal de Suez y el fenómeno de El Niño, podría empeorar aún más las perspectivas regionales.
En el caso boliviano, se centra en el mercado interno como base de su crecimiento, promoviendo la bolivianización para lograr soberanía sobre su moneda. Esto se apoya en un sistema financiero fortalecido por políticas económicas que han permitido desarrollar el mercado interno y mantener la estabilidad.
El Banco Mundial indica que, a medida que el impacto de la pandemia disminuye, las tasas de crecimiento en la región vuelven a niveles similares a los de la década de 2010. Paralelamente, Bolivia está reconfigurando su estructura productiva e industrializando sus materias primas para estimular un mayor crecimiento y reducir la dependencia de productos e insumos importados. Este impulso en la productividad busca atender tanto la demanda interna como la externa, generando divisas.
Este panorama se ve fortalecido por el diálogo con el sector privado, que tiene como objetivo potenciar las exportaciones y el mercado interno, y así impulsar un crecimiento aún mayor. El cumplimiento de los 10 acuerdos entre el sector privado y el público busca mantener a Bolivia como un referente de crecimiento y estabilidad económica en la región.