Por: Gary Rodríguez
“Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, fue la inspiradora y memorable frase acuñada por el empresario, animador y productor de cine estadounidense, Walt Disney, quien no solo llegó a crear un verdadero emporio a nivel de la industria cinematográfica, sino también, a revolucionar el mundo del entretenimiento. Se dice que su sueño fue logrado después de cerca de 300 intentos y fracasos, pero… ¡lo hizo!
Así como Disney, cada ser humano tiene sueños y aspiraciones, pero no todos llegan a cumplirlos ya que no solo se trata de imaginar o soñar -algo que es fácil y lo hace cualquiera- sino, de esforzarse al máximo para hacerlos realidad, lo que implica acción, esfuerzo y constancia, sabiendo la diferencia que hay entre “motivación” y “disciplina”, y, como digo siempre, entre “aptitud” y “actitud”, ya que lo primero, sin lo segundo, resulta insuficiente para alcanzar el éxito.
El sueño de todo empresario es invertir para producir y vender bienes y servicios, de tal manera que el premio a su capacidad para satisfacer las múltiples necesidades de la sociedad sea una merecida ganancia.
En tal virtud, lo primero que hace es analizar el mercado, para luego idear el producto o el servicio a prestar. Queriendo hacer realidad su sueño arriesga su ahorro; de no contar con ello, adquiere una deuda con terceros; y, de ser necesario, compromete su patrimonio familiar y hasta su salud, para hacer las contrataciones necesarias a fin de pasar de lo intangible del sueño a hacer del emprendimiento, una realidad.
¿Recuerda Ud. quién acuñó el célebre pensamiento, de que el éxito depende en “1% de inspiración y 99% de transpiración”? Fue Thomas Alva Edison quien lo dijo, un inventor, científico y empresario estadounidense, también, para quien ese 1% le llevó a idear una lámpara eléctrica incandescente, mientras que el 99% significó 1.000 intentos fallidos, ya que el foco se le quemaba siempre. Cuando le preguntaron por qué había fracasado tantas veces, respondió que no había fracasado, más bien, había descubierto 999 formas de cómo no hacer un foco. ¿Interesante perspectiva, verdad?
Lo cierto es que, como ocurre con toda obra humana, es posible que al empresario no le vaya bien en los inicios de su emprendimiento, pero, gracias a Dios, el determinado espíritu que tiene lo anima una y otra vez a vencer la adversidad; a levantarse, si hubiera caído y a seguir adelante con la fe puesta en lograr su sueño. ¡Triste y grave fuera si todos los empresarios se rindieran ante la primera adversidad y levantaran las manos! Las consecuencias serían nefastas, no solo para ellos, que lo arriesgan todo, sino también, para la sociedad.
El primer impacto de perder a nuestros empresarios sería el desabastecimiento del mercado nacional, con la inevitable y creciente dependencia del abastecimiento externo, conllevando ello un menor crecimiento económico por el languidecimiento de la actividad productiva.
Desde el punto de vista social, el deterioro empresarial implicaría que mucha gente pierda sus fuentes de empleo, a partir de lo cual los jefes de hogar sufrirían por no poder generar los recursos necesarios para atender a sus dependientes en sus múltiples necesidades de alimentación, salud, educación, etc.
En lo que hace al Estado, ocurriría que no solo la inversión privada bajaría y el consumo familiar caería, sino que disminuiría la recaudación de impuestos, afectando las finanzas públicas, por tanto, su capacidad de gasto e inversión, lo que llevaría a un deterioro del bienestar en detrimento de la ciudadanía.
Todo lo contrario, pasaría, si desde el Estado se apoyara abiertamente la actitud emprendedora, innovadora y visionaria de quienes saben y quieren hacer empresa en el país, utilizando su imaginación y capacidad para asumir riesgos comerciales en la búsqueda de atender las demandas del mercado interno y de los mercados exteriores, a través de procesos productivos, comerciales y de prestación de servicios basados en la inversión, la tecnología y el conocimiento.
La consecuencia de ello sería un mayor movimiento económico con más fuentes de empleo digno y sostenible en el tiempo; un mayor dinamismo en el mercado interno, por los ingresos generados para las familias; una mayor recaudación tributaria para atender las necesidades del Estado; finalmente, mayores posibilidades de ahorro privado para ser canalizado a nuevos procesos de inversión.
¡Este círculo virtuoso de realizaciones debería ser nuestro sueño, como bolivianos! Que el esfuerzo empresarial, inspirado en la búsqueda de una genuina utilidad, devengue a lo largo de la cadena de valor incontables oportunidades de empleo e ingresos para la gente y una mejora del bienestar social, con lo cual, el reiterativo sueño de un mejor país se lo pueda lograr con un Estado que promueva y garantice la iniciativa privada, dentro de la legalidad y la formalidad. Solo entonces, aunque hayamos fracasado tantas veces en el pasado, el sueño de una “Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana” podría hacerse realidad.
(*) Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional