martes, julio 22, 2025
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…Y ahora, ¿por quién vamos a votar? Es la pregunta que se repite en reuniones familiares, tertulias de café y chats de amigos. Casi siempre empezamos hablando de la crisis, los precios, la escasez… y terminamos debatiendo las elecciones.
En esas conversaciones se nota una distancia creciente entre la ciudadanía y los políticos que buscan representarla por los próximos cinco años. La desconexión es evidente. Las encuestas lo confirman: el alto porcentaje de votos blancos y nulos refleja una profunda crisis de representación. La desesperanza ha calado tanto que, paradójicamente, ha vuelto más racional al votante.
También hay rabia. Mucha. Un enojo social que impulsa a algunos a anular su voto como forma de protesta. El descrédito de la clase política, sumado al deterioro económico, ha generado una acusación generalizada contra todos los actores del sistema. El voto nulo ya no es solo ideológico: es emocional. Y temo que se transforme en abstención. Es, en muchos casos, un voto imposible.
Sobre los indecisos, tengo dos hipótesis. La más probable: la mayoría ya descartó votar por el MAS y sus derivados, pero no logra definirse por alguna candidatura opositora. Las limitaciones de esas figuras, o su pasado reciente, generan dudas. Este votante espera una señal de liderazgo claro, o simplemente de viabilidad.
La segunda hipótesis, menos probable, es que algunos indecisos oculten su intención de votar por Andrónico Rodríguez, candidato del masismo. Salvo en nichos ideologizados, esto es poco factible. La crisis económica ha debilitado al proyecto de izquierda gobernante, incluso en sectores que alguna vez lo respaldaron.
La caída de Rodríguez en la intención de voto demuestra que ya no representa una opción de cambio, ni siquiera de recambio. Hoy, para muchos, es parte del problema.
En este escenario, el indeciso, y quizá también quien piensa votar en blanco, se enfrenta a una elección forzada: volver a figuras del pasado. No será un voto ilusionado, sino pragmático. No elegirá con esperanza, sino por descarte. Dirá: “El MAS nos llevó al borde del abismo, prefiero a un político viejo que al menos no nos lleve a Venezuela”.
Ese voto no será por confianza en Samuel Doria Medina o Jorge Quiroga, sino por miedo. Miedo a que el deterioro económico se convierta en crisis terminal.
Así, el votante reevaluará el pasado con los ojos del presente. Verá que los errores de los 90 o los 2000 resultan menos graves frente al colapso actual: filas para combustible, escasez de dólares, instituciones debilitadas y corrupción estructural.
Ese contraste favorece, paradójicamente, a los políticos tradicionales. Ya no son “los neoliberales que fracasaron”, sino “los que al menos no destruyeron el país”. No es nostalgia, es cálculo. Incluso habrá quienes definan su voto en la soledad del ánfora, bajo la lógica de “evitar que el MAS se quede”.
Probablemente, el votante elija al menos desacreditado, no al más inspirador. Dará otra oportunidad a figuras del pasado no por mérito propio, sino por el desgaste de todas las versiones del masismo.
Sí, puede que hayan fans de Evo Morales o Jaime Dunn entre los votos blancos y nulos, pero no representan a la mayoría de ese segmento. La caída de Rodríguez hasta los seis puntos, según la encuesta de El Deber, confirma que el desgaste del masismo es profundo. Esta vez, pesará más el voto-bolsillo que el voto-corazón.
Un escenario posible, si sigue cayendo Andrónico, es una segunda vuelta entre Doria Medina y Quiroga. Ambos son parecidos en muchas cosas, pero buscan diferenciarse.
Quiroga dejó de atacar a Morales y a sus rivales. Tal vez porque pelear con un cadáver político ya no tiene sentido. Quiere presentarse como la mano dura que quiere poner orden frente al caos y al desgobierno. Algunos lo buscan por eso.
Doria Medina apuesta por una imagen conciliadora, de centro. Busca captar al ciudadano cansado de la confrontación y se ha rodeado de figuras sensibles al discurso social, con la esperanza de atraer votantes que alguna vez apostaron por el MAS.
En los últimos días, el respaldo público del empresario Marcelo Claure a Doria Medina podría reforzar la imagen de “candidato de los ricos”. Sus rivales explotarán esa narrativa: la del país manejado por una oligarquía que impone candidatos desde arriba y entrega los recursos naturales (litio). El masismo ya comenzó a usar esa línea.
Claure expresó su respaldo en ejercicio de su libertad de expresión, pero su efecto dependerá de cómo lo gestionen los demás. Tal vez el electorado prefiera a un político sin padrino económico explícito, más independiente de los intereses empresariales. O quizá no.
En definitiva, más que los foros o debates, la gestión narrativa y simbólica será determinante en esta recta final. Y aunque muchos voten sin entusiasmo, el 17 de agosto Bolivia podría entregarle su carta de despedida al populismo. Irónicamente, quizás lo haga en manos de los mismos políticos que expulsó hace veinte años, no por lo que prometen, sino porque esta vez, al menos, no prometen el abismo.
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