Bajo la lluvia y el resplandor del gran árbol navideño, miles de paceños se reunieron entre villancicos, danza y esperanza para celebrar el inicio de la temporada festiva.
AMUN / 05-12-25
La noche cayó sobre la plaza Tejada Sorzano —conocida también como plaza del Estadio— con el rumor de cientos de voces, como un gran corazón que latía al unísono. Sobre el templete semisubterráneo, convertido en escenario, las luces comenzaban a insinuarse mientras la multitud se acomodaba.
Familias completas, abuelas tomadas del brazo de nietos risueños, parejas jóvenes con gorros de reno, niñas que corrían con globos brillantes que parecían pequeños planetas suspendidos en el aire frío.
La Banda Municipal Eduardo Caba inauguró la velada con una serie de villancicos que viajaban por la plaza como ráfagas tibias. Los vendedores, atentos al movimiento, agitaban sus globos navideños que destellaban en rojo, azul y dorado.



Era una postal viva: algodón de azúcar elevándose como nubes rosadas, comerciantes sonriendo detrás de pequeñas montañas de productos que, por una noche, se convertían en sustento y esperanza.
Sobre el escenario, el Ballet Artístico Tatiana Vera llenó de gracia el espacio, seguido por un coro de niños que bailó “Feliz Navidad” de José Feliciano con la espontaneidad luminosa que solo ellos conocen. Entonces irrumpió la batucada Tambores de Vida, marcando un pulso nuevo, más cercano al corazón, más vibrante.
La cuenta regresiva comenzó. Diez, nueve, ocho. Los celulares se alzaron como luciérnagas modernas; los niños dejaron de moverse; la plaza entera contuvo el aliento. Y, tras el último número, el árbol se encendió.
Una explosión de colores subió desde la estrella hacia las ramas, las luces giraron en círculos y luego cayeron como lluvia luminosa. En ese instante, los fuegos artificiales rasgaron el cielo paceño, sembrando destellos sobre los rostros emocionados.
“¡Que Dios nos ilumine!”, gritó el alcalde Iván Arias mientras el estruendo aún vibraba en los oídos.
La batucada, fiel a su nombre, retomó el ritmo interpretando El niño del tambor: ropo pom pom, camino a Belén, mientras los niños imitaban el golpe del tambor con manos pequeñas.



En medio del bullicio apareció Papá Noel, preguntándole al Alcalde si había hecho su cartita. “Mi cartita dice que el Señor nos traiga paz, perdón y reconciliación”, respondió él, y los aplausos se encendieron como otra forma de luz.
Entonces llegó la lluvia, fina al inicio, insistente después, pero ni ella logró disipar la magia de la noche. Bajo el agua, el Ballet ADAF Bolivia tomó el escenario y teatralizó el nacimiento de Jesús, como si la escena misma quisiera recordar el origen espiritual de la celebración. La Big Band Wayna acompañó con un sonido envolvente que daba profundidad a cada gesto, a cada silencio, a cada mirada.
La noche avanzó con una programación tan amplia como diversa. Hubo rock —Tamborillero con Mauricio Machicao—, batucada con Bloco Runatiña, intervenciones de Rocío Moreira, la Huayna Big Band en pleno esplendor, el coro que llenó los vacíos entre canción y canción, y una transición navideña donde Papá Noel entró mientras la banda interpretaba Feliz Navidad con solistas que levantaron ovaciones.
Más tarde, las voces de Gabriela Blanco (la Pastora) y Rafaela Dulon (María) dieron vida a una escena íntima del nacimiento. Un video acompañó el momento, y al apagarse las luces —black out—, la plaza quedó suspendida en un silencio reverente antes de que nuevos ritmos anunciaran el regreso de la música.
Hubo enganchados festivos, desde All I Want for Christmas hasta Sleigh Ride, Jingle Bell Rock y Santa Claus Llegó a la Ciudad, seguidos por clásicos instrumentales interpretados con maestría por la Big Band: Rodolfo el reno, Va a nevar, Silent Night. Más tarde, El Burrito Sabanero hizo que los niños saltaran otra ez con la energía renovada.



La última sorpresa fue la entrada del trineo de Papá Noel, proyectado en pantalla y luego representado entre aplausos.
Cuando las luces finales descendieron del árbol y se apagaron lentamente, la plaza seguía llena. La lluvia había mojado chaquetas, globos y cabellos, pero no había logrado desactivar la atmósfera luminosa que envolvió la ciudad.
Esa noche, La Paz fue un escenario donde la música, la fe, la alegría y la esperanza se encontraron bajo el mismo cielo. Y el árbol, encendido como un faro, parecía recordarle a todos un mensaje sencillo y profundo: que todavía es posible reunirnos para celebrar la luz.

