jueves, noviembre 21, 2024
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Por: José Luis Toro

Ese es el título del último libro, de carácter autobiográfico, que ha escrito el eximio filósofo de la ciencia que fue, Daniel Dennet, fallecido en abril de este año.

De su vasta producción investigadora se pueden destacar una infinidad de libros y artículos, todos ellos escritos con agudeza intelectual resplandeciente, con una erudición asombrosa, y sin embargo con un estilo agradablemente llano que facilitan su comprensión. Aquí vale la pena traer a colación lo que dijo una vez Paul Dirac, ése gigante de la física, comentando la diferencia entre la forma de escribir de los literatos y el de los científicos: Los poetas, dijo, escriben sobre cosas que todos sabemos con palabras que nadie sabe; los científicos escribimos sobre cosas que nadie sabe con palabras que todos sabemos.

Y ese fue el estilo de la escritura de Daniel Dennet. Sus libros han sido y seguirán siendo una fuente de inspiración, un acicate para el estudio, para la continuidad de la investigación.

Junto al biólogo británico Richard Dawkins, el escritor Christian Hitchens, y el filósofo y neurocientífico Sam Harris, formó Dennet, lo que se llamaba: Los cuatro jinetes del ateísmo.

Todos ellos iniciaron una fértil cruzada contra las supersticiones, contra las ingenuas creencias, contra el dogmatismo religioso, y contra todo dogma, en general. La ciencia, han afirmado, no es un dogma, porque es refutable.

“Pretender saber cosas que no se saben es una traición a la ciencia, y sin embargo es el alma de la religión “, decía Sam Harris.

En uno de sus hermosos libros: “From bacteria to Bach and back”, con ese fértil uso de la similitud fonética entre Bach y back, que es imposible mantener en la traducción al español, por lo que en nuestro idioma se ha titulado sencillamente: “De las bacterias a Bach. La evolución de la mente”, Daniel Dennet realiza un fecundo examen de las diferencias entre las capacidades, las habilidades de los seres humanos y las de los animales no humanos. Llama a la destreza, por ejemplo, que tienen los pájaros para construir sus nidos “habilidad no comprensiva”, la misma que tienen, para poner otro ejemplo, las termitas en Australia, cuando levantan esa especie de castillos. Son capacidades que se han constituido a través de miles de años de evolución biológica.

Esos nidos y esos pequeños castillos son creaciones casi de una perfección sorprendente, que sus constructores las hacen sin tener ningún proyecto en sus cabezas, sin comprender lo que están realizando, sólo guiados por el instinto. Es una competencia carente de comprensión.

También en ese libro se refiere al término MEME, tan usado en nuestros días. Recuerda que lo acuñó Richard Dawkins, en los años setenta del siglo pasado, para referirse a ítems culturales que se multiplican, “se hacen virales” dentro de una sociedad. Pone como ejemplo las primeras cuevas, las canoas etc.

En éste su último libro “He estado pensando”, Dennet, recuerda los difíciles trances de salud por los que pasó el año 2002, cuando le diagnosticaron una “disección de la aorta”: el revestimiento del vaso principal que transporta la sangre desde el corazón se había desgarrado, creando un conducto de dos canales en lugar de uno.

Pero gracias a lo que él llama “la excelencia de los médicos”, después de una operación de más de nueve horas logró salir adelante. Cuenta que durante el plácido periodo de recuperación tuvo tiempo para reflexionar no sólo sobre esa angustiosa experiencia, sino también sobre la abrumadora cantidad de mensajes de apoyo.

Muchos de sus amigos ardían en deseos de saber si había tenido una experiencia cercana a la muerte, y en caso afirmativo, si eso había influido en su ateísmo declarado. Si había tenido una epifanía. Sí, contesta Dennet, ví con mayor claridad que cuando digo “gracias a la bondad, o gracias a la excelencia” no se trata de un eufemismo para decir “gracias a Dios”. Los ateos no creemos que haya un Dios al que agradecerle nada. ¿A quién debo agradecer? Al cardiólogo que con rapidez dio con el diagnóstico acertado, a los cirujanos, neurólogos, anestesistas, a la docena de asistentes médicos, enfermeras, flebotomistas, y a las personas que me dieron de comer.

Cuando un amigo me dice que estuvo rezando por mí, le agradezco su actitud, y le pregunto si también ha sacrificado una cabra. Me siento de la misma manera que si alguno de ellos me dijera: “Acabo de pagar a un médico vudú para que haga un hechizo para curarte”.

Daniel Dennet le deja al lector con un vehemente deseo de saber más.

José Luis Toro es periodista y abogado

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