Por: José Luis Toro
En uno de los últimos libros que publicó Oliver Sacks, el científico y escritor inglés, fallecido hace nueve años, hay un capítulo destinado a las negligencias, a la falta de atención respecto de ciertos trabajos científicos, pioneros y fecundos, que por diversos motivos fueron pasados por alto, olvidados, y de los que no se pudo aprovechar en el momento de su elaboración todo el caudal creativo, todo el potencial revolucionario que encerraban. Oliver Sacks le llama a eso: escotoma en la historia del conocimiento científico, derivando el término de la definición médica de escotoma, que llama así a la aparición de un punto ciego en la visión, temporal opermanente.
Si se observa el avance de las ideas científicas, la impresión que se tiene es la de un progreso continuo, la de una evolución necesaria en la que cada paso hacia adelante en el conocimiento se apoya en los pasos que le han precedido y que podrían considerarse imprescindibles, una historia basada en un progreso continuo. Pero los logros en el campo del conocimiento distan mucho de ser un “majestuoso despliegue” de la verdad científica, y mucho menos de ser un progreso continuo.
John Mayow, químico y filosofo inglés, en 1670, descubrió cien años antes de Priestley y Lavoisier, que una quinta parte del aire que respiramos está compuesta de una entidad específica, que él llamó “spiritus nitroaereus” (oxigeno), y que es indispensable para la combustión. Aunque su trabajo fue ampliamente leído en su época, pronto cayó en el olvido y los cien años siguientes a ese descubrimiento estuvieron dominados por la teoría del flogisto, una teoría que afirmaba que existía una sustancia, el flogisto, que hacía posible la combustión de cualquier sustancia que lo contuviera, hasta que Lavoisier, el noble químico francés, la descartó definitivamente, en 1780, dando la razón a Jhon Mayow.
En otro ejemplo Oliver Sacks se remite, a los asombrosamente detallados estudios sobe las migrañas en el siglo XIX. El aura zigzagueante, lleno de resplandor, que suele aparecer atravesando con lentitud el campo de visión, en los accesos de migraña, ha sido profusamente descrito y entendido, en la literatura médica contemporánea. Pero los casos en los que son complejas figuras geométricas las que forman el patrón visual, en lugar de las retículas brillantes que siempre están cambiando de forma, de esos casos que padecían algunos de sus pacientes no existía mención en la literatura corriente. Por lo que tuvo que recurrir a los relatos médicos del siglo XIX, “más completos, más vívidos y más ricos en la descripción que los modernos”.
Así, llegó hasta un libro que le maravilló, escrito en 1860, por el médico victoriano, Edwar Liveing, cuyo largo título es: “Sobre la migraña. Dolores de cabeza, y otros trastornos afines. Una contribución a la patología de las tormentas nerviosas”. Un gran libro, dice Oliver Sacks, algo sinuoso, escrito en una era de más tranquilidad, menos constreñida a la rigidez que la nuestra. En dicho libro se hacen referencias a los patrones geométricos de los que hablaban algunos de los pacientes del Dr. Sacks, y se alude a un artículo escrito en 1858 nada menos que por el eminente astrónomo John Frederick Herschel (cuyo padre, William, descubrió desde su jardín en Barth el planeta Urano), titulado: “Sobre la visión sensorial”. Herschel daba en dicho artículo una meticulosa y exacta descripción de lo que los pacientes del doctor Sacks experimentaban en esos accesos de migraña. También ese esbozo de trabajo pionero fue ignorado completamente, pasado por alto.
Los grandes logros creativos son efectuados por personalidades excepcionalmente dotadas, pero en situaciones en las que tienen que verse enfrentadas con problemas de enorme universalidad y magnitud.
Un escotoma muy característico es el que se refiere a la persistencia de la teoría geocéntrica de Ptolomeo. Se trata de una teoría astronómica que sitúa a la Tierra en el centro del universo, y a los astros, incluido el Sol, girando alrededor de la Tierra, ignorando durante mil quinientos años los grandes avances en astronomía por parte de los filósofosgriegos (que en realidad eran científicos), como: Hiparco de Nicea, Anaximandro, Arquímedes y Eratóstenes, que postulaban el heliocentrismo y la esfericidad de la Tierra, según el cual la Tierra y los planetas se mueven alrededor del Sol y que está en el centro de nuestro sistema planetario. Elheliocentrismo que ya había sido formulado en la antigüedad fue establecido definitivamente por el matemático y astrónomo polaco Nicolás Copérnico en 1543, con la publicación de su libro “Derevolutionibus”.
Quizá una explicación suficiente del extravío a las propuestas innovadoras en el campo de la medicina y de la ciencia en general, se encuentre en lo que Thomas S. Kuhn llamó “cambio de paradigma”, en ese libro tan ilustrador, escrito hace más de cincuenta años pero que aún conserva intacta su fuerza reveladora: La estructura de las revoluciones científicas.
Asociando las bruscas innovaciones en las ciencias, como las que están vinculadas a los nombres de Copérnico, Newton, Darwin, Lavoisier, Einstein, propone Kuhn que las revoluciones científicas necesitan el rechazo por parte de la comunidad de una teoría científica antes reconocida, para adoptar otra antes incompatible con ella. Una nueva teoría, raramente, o nunca, constituye sólo un incremento de lo que ya se conoce. Su asimilación requiere la reconstrucción de la teoría anterior y la reevaluación de hechos anteriores.
Se pueden considerar ideas prematuras, que necesitaban un ambiente más propicio para prosperar, pero que se mantuvieron vivas, esperando la ocasión para prosperar. En eso consiste el progreso científico.
Einstein lo expresó así:
“Para usar una comparación, podríamos decir que la creación de una nueva teoría no es como destruir un viejo establo para levantar un rascacielos en su lugar. Es más bien como escalar una montaña, ganando nuevas y más amplias vistas, descubriendo inesperadas conexiones entre nuestro punto de partida y su pródigo medio ambiente. Pero el punto desde el que hemos partido existe aún, y puede ser visto, aunque parezca más pequeño, y forme una diminuta parte de la amplia visión ganada por el dominio de los obstáculos en nuestro arriesgado ascenso.”
José Luis Toro es abogado y periodista