jueves, febrero 20, 2025
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Por: Martín Moreira

Miembro de la Red Boliviana de Economía Política

En Bolivia, una vez más, presenciamos el mismo espectáculo electoral de siempre: un desfile de precandidatos exhibiéndose en los medios, inundando el debate público con encuestas fabricadas y discursos copiados fielmente de la ultraderecha. Prometen cambios, pero detrás de sus palabras solo se esconde la intención de despedazar el país en beneficio de las logias que los respaldan. Son los mismos de siempre, los que en el pasado se adjudicaron tierras, beneficiaron a grupos empresariales y vendieron los recursos del país a precio de saldo. Ahora, con una falsa autoridad moral, nos dicen que la única salida es devaluar la moneda, recortar salarios y vender las empresas estratégicas que sostienen nuestra economía. Pero la verdadera pregunta es: ¿vamos a permitir que vuelvan a arrebatarnos lo que nos pertenece? Bolivia necesita un futuro sostenible, con industrialización, justicia social y un modelo económico que garantice el bienestar de todos, no solo de unos pocos. No caigamos en la trampa de quienes, con discursos engañosos, solo buscan sumirnos nuevamente en la miseria y la dependencia.

Hoy, igual que ayer, veo el desfile de precandidatos exhibiéndose en todos los medios, inmersos en una vorágine de encuestas y análisis diseñados para predecir quién tiene la preferencia del voto boliviano. Sus discursos, copiados fielmente de la ultraderecha, están llenos de insultos irracionales y solo buscan destruir el modelo económico para allanar el camino a medidas de shock.

Para ganarse nuestros votos, ofrecen despedazar el país y beneficiar a las logias que se esconden detrás de estos supuestos políticos, quienes dicen buscar el bienestar de los bolivianos. Todo esto viene acompañado de evaluaciones mediocres de organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional y del respaldo económico generado por más de 20 años de excedentes provenientes de sectores como los agronegocios, la banca y la minería privada.

Pero deberíamos preguntarnos: ¿Queremos que vendan nuestro país? ¿Los bolivianos estamos dispuestos a perder conquistas sociales como la industrialización, la educación y la salud gratuitas? ¿Realmente queremos ser «salvados» por quienes solo ofrecen depredar el país?

Cada día en Bolivia, aquellos que alguna vez ostentaron el poder se pasean con total impunidad. Son los mismos que se adjudicaron tierras, como Branco Marinkovic, regalaron millones a grupos empresariales y adquirieron empresas a precios irrisorios, sin que exista siquiera un registro del monto pagado para apropiarse de estratégicas empresas bolivianas.

Durante su gestión, tomaron decisiones que llevaron a crisis como la de 2001, en referencia a Jorge “Tuto” Quiroga, permitiendo el saqueo de las riquezas del país, como ocurrió con la capitalización impulsada por Samuel Doria Medina. Además, favorecieron a empresas extranjeras, manipulando la medición de los TCF (trillones de pies cúbicos de gas) para que las transnacionales pudieran emitir bonos en las bolsas de valores mundiales y así continuar expoliando al pueblo boliviano.

Muchos de ellos han sido acusados de corrupción mientras ocupaban cargos como ministros, presidentes, alcaldes o prefectos, como es el caso de Manfred Reyes Villa.

Este circo de oportunistas ahora anda suelto, ocultando sus verdaderas intenciones detrás de máscaras engañosas, con la ayuda de la mediatización.

¿Qué propuesta económica real y aplicable hemos escuchado de este conglomerado de «camisas negras»? Con una falsa y proscrita autoridad moral, vienen a decirnos que debemos devaluar la moneda, recortar nuestros salarios, vender las empresas públicas estratégicas que nos mantienen a flote y mendigar ante el FMI. Nos quieren someter a modelos económicos de explotación y depredación de nuestros recursos sin dejar beneficios para el futuro.

Las banderas en el corazón deberían ondear sin importar si brilla el sol o si el día está gris. Rojas, negras, blancas… no importa el color, lo que importa es lo que llevan dentro. A veces, el dolor deja un perfume invisible, una marca en la piel como una historia que se repite.

El tiempo nos cambia, a unos más que a otros. Cuanto más alto se sube, más se nota lo que uno es en realidad. Y en este juego de promesas electorales, lo único seguro es el vértigo de la velocidad y el fuego que arde en el pecho. Se trata de burlar al diablo, de robarle algo más que dinero, de jugar con sus propias reglas y ganar. Porque, al final, cuando todo parece perdido, es ahí cuando el nuevo día empieza a nacer en el corazón.

No perdamos, una vez más, nuestra libertad de decidir el futuro de nuestros hijos, de elegir las oportunidades que nos permitan cambiar nuestra realidad y hacerla sostenible en el tiempo. Debemos desenmascarar lo que nos quieren imponer.

Esperemos, bolivianos, una propuesta real para nuestras familias, una que no nos condene a la miseria y el hambre. Apostemos por la construcción de un país industrializado, sostenible y con beneficios para todas las regiones. No nos dejemos engañar por encuestas fabricadas por oportunistas. Tengamos paciencia y exijamos una propuesta que nos devuelva los excedentes que nos pertenecen, para seguir distribuyendo la riqueza entre todos. Sigamos construyendo un país que reinvierta sus ganancias en el bienestar del pueblo, que proteja su medio ambiente y que, a través del Estado que nos representa, garantice nuestras conquistas sociales. No caigamos, una vez más, en las manos de los cuervos que solo quieren arrancarnos los ojos.

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