Por: José Luis Toro
En 1942 el ejército de los Estados Unidos encargó a Robert Oppenheimer la creación del proyecto Manhattan en Nuevo México, para reunir a las mentes más brillantes de la física teórica con un único objetivo de crear una bomba atómica. Tres años después, en 1945 los estrategas políticos ya tenían en su poder el arma más poderosa jamás conocida por el hombre. Paradójicamente pondría fin a la segunda guerra mundial, “evitando” la muerte de al menos un millón de soldados estadounidenses y rusos que iban a invadir Japón, el último bastión de la resistencia aliada de los nazis.
Conviene recordar ahora, cuando se cumplen setenta y nueve años del atroz lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, la obra de teatro “Copenhague”, del dramaturgo y novelista británico Michael Frayn. Representaba por primera vez en mayo de 1998.
En “Copenhague”, una obra en tres actos, intervienen sólo tres personajes: Niels Bohr, su esposa Margarethe, y Werner Heisenberg. Es el año 1941. Heisenberg, el brillante físico, ha visitado a Bohr, su anterior Maestro y mentor, no menos brillante que él, en su casa de Copenhague, capital de Dinamarca. Bohr no sabe el motivo de la visita. Margarethe recibe a Heisenberg con causticidad. Los antiguos amigos hablan de tal modo que la mujer de Bohr no sé sienta excluida, aunque todo el tiempo hablan de física, de la posibilidad de creer una reacción en cadena, de la bomba atómica. Por ese tiempo, Dinamarca, estaba ocupada por Alemania. Heisenberg, alemán, quiere persuadir a Bohr que colabore con los alemanes, es decir, con los nazis, o de no ser así, que cuenta lo que sabe del proyecto aliado de crear una bomba atómica.
Le hace ver que la guerra (el año 1941), está prácticamente ganada por Alemania. Heisenberg era el científico encargado del programa nuclear de los nazis. Es un patriota alemán. Pero pesa también sobre él, el dilema Moral que supone contribuir a la fabricación de una bomba atómica.
Heisenberg, el genial físico que años atrás, casi niño, en la Isla de Helgoland – Alemania, una Isla rocosa del mar del norte, una noche tormentosa, a las tres de la madrugada, encaramado a una roca había tenido una epifanía, una especie de revelación, que se podían aplicar las matrices matemáticas a los problemas de la física cuántica para salir del atolladero en el que se encontraba la física. Lo ha recordado el físico teórico Carlo Rovelli, en un libro al que ha titulado así: “Helgoland”, con su peculiar estilo preciso, dotado de un alto lirismo, tan raro en un físico, en el que ha recreado magníficamente esos momentos en los que Heisenberg subido a una roca, en la madrugada, en la que esperaba ver salir el sol, recitando de memoria un poema de Goethe, se encontraba exultante de felicidad, por haber encontrado esa solución. Más tarde propuso lo que se conoce como ” Principio de incertidumbre.”
Aunque no hay una traducción más adecuada de “Unbestimm” se le ha llamado en otro idioma como incerteza, indeterminación…habla del hecho de que no se puede conocer con certeza todo lo que ocurre con un electrón cuando gira alrededor del núcleo del átomo. El autor de la pieza teatral aplica ese mismo principio de incerteza a las reflexiones de los personajes del drama.
¿Qué es lo que pretendía realmente Heisenberg al visitar a Niels Bohr el año 1941? ¿Se encontraba realmente en la necesidad de confesarle cosas a su antiguo mentor y amigo? Niels Bohr le tenía un alto aprecio. Formaba parte del puñado de físicos que transformaron la forma de ver la realidad. Él, Max Born, Paul Dirac, Pauli, Jordán, Schrödinger, desde 1905, capitaneados por un joven empleado en una oficina de patentes en Berna, Albert Einstein, le habían dado una vuelta completa a la manera tradicional de considerar la realidad. Einstein tenía veinte seis años. Los otros andaban por ahí. Por eso en Alemania a esa nueva física le llamaban “Knabenphysik”…física de muchachos, de chicos, de adolescentes.
Durante la visita a Bohr, en Dinamarca, sobre todo en el segundo acto, hablan ante todo del problema ético que supone la construcción de un artefacto tan mortífero como es la bomba atómica. Heisenberg quisiera tenerla, para Alemania, su patria. ¿Qué podía tener él en común con los nazis? Heisenberg no sólo era un genio de la física, era también un hombre muy culto, conocía de memoria varias obras de los clásicos griegos, además de ser un buen interprete al piano de obras de Bach, de Mozart, sus preferidos.
En el Drama hay un momento en el que el personaje de Heisenberg le pregunta a Bohr, también aquejado por las dudas morales sobre la bomba: “Nos hemos atormentado desde el principio”. ¿Pero se puso a pensar alguno de ellos, aunque fuera sólo por un momento, sobre lo que estaban haciendo? ¿Lo hizo Oppenheimer? ¿Lo hizo Fermi, o Szilard? ¿Lo hizo Einstein cuando en 1939 le escribió a Roosevelt apremiándole para financiar la investigación sobre la bomba?
Copenhague es una obra que debería volver a ser representada, ahora después de setenta y nueve años de la catástrofe que supuso el lanzamiento de la bomba atómica sobre un objetivo civil.
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José Luis Toro es periodista y abogado